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Con y como

XV

Antiguamente, el que sabía practicar el Tao
era sutil, flexible, profundo y comprensivo.
Tan profundo que no se le podía conocer.
No pudiendo conocerle, solo podemos describirlo vagamente.
Diciendo:
Con mucha indecisión,
como si alguien en invierno atravesara
un río con hielo fino;
con mucha preocupación,
como si alguien temiera ser rodeado y
atacado por los países vecinos;
con mucho respeto,
como si alguien hubiera sido invitado;
con mucha debilidad,
como si el hielo empezara a derretirse;
con mucha sencillez,
como si fuera un tronco;
con mucha confusión,
como si fuera agua turbia;
con mucha amplitud,
como si fuera un valle.
Aunque el agua es turbia,
después de reposar se aclara
poco a poco.
Aunque esté en reposo,
cuando se mueve crece
poco a poco.
Quien conserva este Tao
no persigue la plenitud.
Así conserva lo de siempre y
no persigue la novedad.

(Tao Te King,  Lao Tze)

Photo by Tom Barrett on Unsplash

Hagámoslo mal

Hagámoslo mal

¿Qué es querer hacerlo bien?
Para hacerlo bien, miro fuera, copio lo que ya está hecho.
Hacerlo bien es tener un sistema que me lleva a un resultado conocido.
Hacerlo bien es encajar en un molde.
Hacerlo bien es que los demás lo entiendan y acepten.

Al hacerlo bien, mis acciones no son mías.
Simplemente trato de hacerlo bien.
Hacerlo bien es hacer lo esperado.

Hagámoslo mal.
¿Qué tiene de malo hacerlo mal?
¿Sufriré más que haciéndolo bien?
¿No seré aceptada?
¿Haré daño a otros?

Haciéndolo mal, parto de un resultado de mierda.
Las expectativas son nefastas.
Hacerlo mal es ligero.

Haciéndolo mal, todo es posible.
Estoy en un espacio desconocido.
Me convierto en una exploradora.
Haciéndolo mal puedo encontrarme con lo inesperado.

Hagámoslo mal.
Y sonriámonos.

(Photo by NeONBRAND on Unsplash)

(y unas horas más tarde de escribir esto, por casualidad, aparece esta canción… parece que trapeo sin saberlo… 😉 «pa’ esa mierda ya no tengo tiempo»)

Juego de palabras (Photo by Ella Jardim on Unsplash)

Juego de palabras

La palabra como hechizo

Una de mis sobrinas tiene terrores nocturnos. Tiene miedo a dormirse porque no quiere tener pesadillas. Se me ocurrió que estaría bien regalarle, o construir con ella, un atrapasueños. Primero se lo comenté a su madre y me sorprendió su respuesta: si le dices que el atrapasueños hará que deje de tener pesadillas y sigue teniéndolas, lo pasará aún peor.

Ese es el carácter mágico de las palabras. Nos las creemos a pies juntillas. Sobre todo cuando somos niños. De ahí que sea necesario utilizar las palabras de manera correcta. Producen hechizos.

No esperar nada (blablabla)

Con el paso del tiempo vemos que las cosas no son así. Que alguien nos diga algo no quiere decir que sea verdad. Suena a perogrullada, pero ahí estamos todos, sintiendo que se nos debe algo por una palabra.

Cuando empecé a trabajar como autónoma, me molestaba mucho que un posible cliente contestara a uno de mis presupuestos con un «lo miramos y te decimos algo» y no lo hiciera. Dime que no te interesa, que no tienes presupuesto, que has encontrado a otra persona… Me parecía fatal.

A día de hoy no espero absolutamente nada. Si es un sí, me alegraré en su momento. Si no responden, también estará bien. Es totalmente respetable. No me deben nada.

¿Supone esto perder la ilusión? ¿Es malo perder la ilusión? Si es a cambio de vivir con alegría, no.

Promesas incumplidas

Sin embargo, en otros ámbitos de mi vida, las palabras siguen siendo para mi promesas. Y las promesas siguen siendo algo que hay que cumplir, sí o sí.

¿Quiero que realmente sea así? ¿Se trata de una de mis creencias heredadas? Mi empeño en que se cumplan las promesas supone una gran responsabilidad. Como siempre, es más fácil ver qué le haces al otro con una de tus creencias, que a ti mismo. Una vez que siento a qué estoy obligando al otro, veo que también lo hago conmigo misma.

«Cumple con tu palabra.»
Demasiada exigencia.

¿Han de ser mis palabras contratos ineludibles?

Al revisar una creencia como esta de «cumplir con la palabra» no es necesario irse al extremo opuesto. Suele ser una reacción habitual: a partir de ahora voy a decir lo que me plazca y si los demás se lo toman al pie de la letra, peor para ellos. Si cambio de opinión, cambio de opinión.

Para mi, una vez hecha la reflexión, no deja de ser importante ser una persona de palabra. Pero hasta cierto punto. En el terreno emocional y sentimental, obligarse a ser coherente con algo dicho en un momento dado puede hacer que nos volvamos demasiado prudentes, siempre callando, y acabemos construyéndonos un caparazón. O bien puede llevarnos a una vida de sacrificios para poder cumplir con una palabra que fue cierta en su momento, pero ya no lo es.

La palabra se convierte en todo caso en un propósito, no en una promesa. 

Una vez más y otra y otra: vivir el presente

Todo esto se hace mucho más fácil viviendo el aquí y el ahora. Recibiendo y dando palabras con fecha de caducidad en el presente. ¿Dejan de tener validez? ¿Necesito estabilidad en el tiempo? ¿Saber qué va a pasar? Ok, seguiré meditando

(Foto «Atrapasueños» gracias Ella Jardim on Unsplash)

No se trata de cambiar, se trata de crecer.

Tu vida va bien. Como la de los demás. Con sus cosas.
A veces echas de menos tener pareja. O bien tu pareja te saca de tus casillas de vez en cuando.
Lo normal.
En el trabajo ni fu ni fa. Tienes un jefe gilipollas, pero quién no lo tiene. O tal vez te va muy bien. Pero en el metro, de pronto, te entran ganas de matar al señor que te estampa el periódico en la cara. O te cuesta dormir porque no te da tiempo, no te da tiempo, no hay tiempo.
La vida es así.

Ansiedad, depresión… eso son palabras mayores. No, no, tú no. Tú estás bien. Lo normal.
Y es así, estás bien. Claro que sí.

Oyes hablar de talleres, terapias, técnicas que prometen sacar tu mejor yo. Te ríes. Sal de tu zona de confort. Con lo que cuesta encontrarla, anda y que me dejen en paz.

Pero a veces… Tal vez si no tuvieras pareja, tal vez si la tuvieras, tal vez si te mudaras, tal vez si encontraras otro trabajo, tal vez si tuvieras hijos, tal vez si no los hubieras tenido, tal vez si dijeras basta, tal vez si quisieras más, tal vez si te atrevieras…

Si yo esto bien…  Lo que ocurre es que los demás…

Los demás.

¿Qué hacen los demás? La mayor parte hacen lo que tú. Otros buscan y van de desengaño en desengaño. Y otros, otros resulta que van encontrando o eso creen ellos. Esos zumbados, como tu compañero que de farlopero pasó a yogui y ya ni se bebe una cerveza. O como tu cuñada que no para quieta, de un taller a otro de baile y venga a follar con todo el que se cruza y ella te dice que su coño es suyo y tú la miras y piensas: todo para ti que yo estoy bien como estoy.

Yo me conozco. Sé quién soy. Y esas cosas no van conmigo. Estoy orgulloso de la educación y los principios que me han dado. No quiero cambiar. No sé en qué me convertiré.
Cambia, cambia, cambia. Tienes que cambiar. Déjame. No quiero. Soy como soy.

Eres como eres. Y eso está bien. No es necesario cambiar. Nunca.

Sí es imprescindible crecer.

Crecer. ¿Cómo se crece? Para crecer necesitamos personas a nuestro alrededor que sean ejemplo. Necesitamos poder imitar a otros. Ver hacer a otros de una manera diferente a la nuestra. Cuantas más personas dispares y ejemplares tengamos a nuestro alrededor, mejor. Observar es una muy buena manera de aprender.
También podemos crecer teniendo ganas de ser un ejemplo para los demás. Si yo estoy bien, los demás estarán bien. No se trata de ser mejor que los demás. Se trata de ser mejor con y para los demás.

Cada uno tiene su propio camino de crecimiento. El mayor problema es cuando, debido a esa resistencia inicial, a ese miedo a perdernos a nosotros mismos, nos negamos a recorrerlo.

En un mundo en el que hasta el más pintado hace un curso de kundalini yoga (perdón a los kundalineros, a los que aprecio) y se convierte automáticamente en maestro de la felicidad, la recuperación de la figura del psicólogo como persona que escucha y pone luz es imprescindible.

No es corriente dar con el psicólogo o terapeuta de tu vida a la primera. Empieza a preguntar, buscar y, sobre todo, probar. Es la única manera de encontrarlo. Hazlo por ti y por todos los demás, pero por ti primero. Y no hace falta que se lo digas a nadie. Es cosa tuya.

No tengo dinero, no tengo tiempo, no es para mi… todo eso son resistencias. Hazte un favor, no te hagas caso y, simplemente, acude a un buen psicólogo o terapeuta. 

Ahora parecerá que meto una cuña publicitaria: hace poco hice posicionamiento SEO para una psicóloga que me parece una mujer maravillosa. Así que aquí dejo el enlace a su web: psicologomoncloa.es

Lo siento, perdóname, gracias, te amo

Esta entrada en el blog de La mano que piensa es posiblemente la más personal que haya escrito nunca. No negaré que tengo mis dudas en publicarla (ay, el miedo). No utilizo un sobrenombre en este blog. Lo decidí en su día y no quiero que deje de ser así. Trabajo como analista y programadora en Internet y tal vez hayas llegado hasta aquí como cliente o posible cliente. Este es mi blog personal y en él me expreso de determinada manera, pero no es la única en mi vida. Si quieres saber profesionalmente de mi: margotmatesanz.com
Si decides seguir leyendo, te doy la bienvenida.

Amanecer en Montserrat: lo siento, perdóname, gracias, te amo

Amanecer en Montserrat

Ho’oponopono: Lo siento, perdóname, gracias, te amo.

Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo.

Esta técnica, llamada Ho’oponopono, viene de los antiguos chamanes de Hawaii. Se puede repetir mil veces como un mantra. Pero no llega la magia.
Hay palabras que hay que masticar, tragar y digerir.

«Lo siento»

«Perdóname»

«Gracias»

«Te amo»

Y aún así, solo se vislumbra…

Solo el cuerpo, solo vivirlo, puede traer luz. Por lo menos en mi caso. Y entonces hay palabras que cobran otro significado. Tal es el caso de «lo siento». Practicando esta técnica, repetía estas palabras como «I’m sorry».  En mi propia experiencia, sin centrarme a propósito en Ho’oponopono, pasó a ser «I feel it».

Este es el viaje que hice a través de «lo siento, perdóname, gracias, te amo», sin saber que estaba viviendo Ho’oponopono, a mi manera. Simplemente surgió.

Lo siento

Estos últimos días, y de manera muy concentrada en la segunda semana de enero, me he permitido sentir a fondo, tal y como explica Osho en el primer artículo que compartí en «La mano que piensa»: Derriba la gran muralla china. No ha sido un experimento sino una necesidad imperiosa debido a una situación personal. Ahora escribo tranquila. Entonces solo había una frase en mi cabeza que se repetía de manera febril: quiero estar sola, necesito sentir.

En soledad, sostenida por otros

Para ello ha sido necesario que me retirara. Sentir de esta manera en presencia de otros, no suele ser posible ya que puede asustar. De hecho, uno mismo siente mucho miedo y ha de seguir adelante a pesar de ello, o precisamente por ello. Al escribir me releo y me veo demasiado segura. Esos días no fueron así, para nada. Me resistí mil veces a sentir. Me resistí mil veces a estar sola. Tuve suerte de seguir adelante gracias al apoyo de personas que supieron hacer lo que tenían que hacer: no venir a verme, hablar conmigo lo justo, darme el soporte justo. Personas que tienen su propio camino, que buscan y encuentran de manera diferente a mi. Todos los caminos son igual de válidos. Estuvieron acertadas. Es una gran suerte.

Seguramente la mejor manera de permitirse sentir a fondo sería en grupo y con alguna persona que te sostenga. A veces da la sensación de que te vas de este mundo. La realidad se difumina. Esto me recuerda a alguna historia que me han contado sobre los grupos que se retiran a experimentar con peyote u otra droga. Siempre hay una o varias personas que no lo toman, para poder sostener al resto.

Moonlight. Yo te sostengo.

Este momento, de la película Moonlight, es uno de los más bellos que he visto en el cine. No sentirse solo, dejarse ayudar, para enfrentarse a los miedos. Siempre habrá alguien, normalmente inesperado, que te sostendrá.

Sentirlo todo es sentirlo toooodo. Y sentir el cuerpo es sentir toooodo el cuerpo.

Sentir. Permitirse y saber sentir. Escuchar mi cuerpo. Dejar a mi corazón que hable. Mi corazón es libre, me decía hace tiempo en otro de los artículos de este blog. Para dejar el corazón libre, si es que lo he conseguido, primero he tenido que escuchar a todo mi cuerpo. A cada una de mis células. Prestarles atención. Porque solo le daba permiso a mi corazón hasta cierto punto, porque seguía queriendo tener el control, seguir engañándome a mi misma. Cuando recién empiezas a tener herramientas para vivir de forma consciente, el engaño es más sutil. Es más difícil pillarse a uno mismo. No queda otra más que emplearse a fondo, escuchando todo el cuerpo.

Entonces surgen otros puntos de energía que reclaman su poder. Hay que escuchar al corazón, sí. Suena precioso, romántico. Está muy bien visto en sociedad. Ahora bien, no nos olvidemos del coño (primer chakra, el del instinto y las raíces). Eso no está tan bien visto. Eso cuesta un poquito más. Y así, una por una, todas las partes del cuerpo donde, siempre ocurre, hay un chakra, hay poder e información. Repetiré (y me cuesta): nunca nos olvidemos del coño.

Perdóname

Al sentir todo mi cuerpo, me doy cuenta de las alteraciones. Me está gritando. Lleva tiempo gritándome. Yo sorda, mirando hacia otro lado o regañándole porque no se calla.
Una vez que escucho, solo puedo decirle: perdóname. Perdóname por no haberlo hecho antes. Perdóname por tener tanto ruido en la cabeza que te estoy causando este mal. Perdóname por hacerte esto. Perdóname por tener miedo. El miedo, no el odio, es lo contrario al amor.
«Lo siento». Y al sentir, «¿cómo es posible que haya estado y esté haciéndome esto?». Entonces «perdóname», surgió espontáneo.

Gracias

Sentir y respirar. Fijar la atención en la respiración. Pase lo que pase, esté donde esté, seguiré respirando. Tranquila, estás respirando. Escucha tu respiración. Escucha a tu cuerpo y escucha tu respiración. La respiración: esa constante absoluta en la vida. La vida. Confía.

El cuerpo se relaja. Ya está siendo escuchado, ya se le está pidiendo perdón. Entra en la quietud de la mano de la respiración. «Gracias». Gracias me dice el cuerpo y gracias le digo yo. Así ola tras ola. Porque esto no es un único ciclo. Esto se va repitiendo. Cada vez vuelvo a caer, a querer que otro me solucione el problema, a buscar respuesta fuera de mi. Pero no queda otra: cada vez que llega una nueva ola he de escucharme, permitir que ocurra (fuera de control), respirar, pedir perdón y recibir y dar las gracias. Las veces que sea necesario. Tomarlo por costumbre y no cansarme.

Te amo

«No te canses de amar», escribí recientemente como nota en un libro, regalo para mi hermano. «No te canses de amar(te)», tal vez habría sido más acertado. Después de varias olas, al agradecimiento se une el amor.

«Te amo». «Me amo». Suena a tabú en mis oídos. Suena altivo. Pero la realidad es otra. Suena tabú, suena altivo, debido a mi propia mochila. A las creencias heredadas. «Te amo» es, en realidad, humilde y compasivo.

Bajando de la montaña

Todo esto lo viví en Montserrat. Alquilé allí un apartamento, en las celdas del abat Marcet. La montaña no dejó de hablar un solo instante. Fue la gran maestra.

Inicialmente pensaba estar allí 10 días, pero tuve que bajar de la montaña antes. Finalmente fue una semana que pareció durar 10 años.

Interstellar y cómo pasa el tiempo

Como en Interstellar, había aterrizado en un planeta donde el tiempo no correspondía con el terrestre. Cinco minutos parecían allí dos meses. Hay que saber volver.

Cuando sentí que ya había recogido la información, cuando sentí que había más luz, supe que era el momento de bajar. Igual que hay que saber cuándo subir, hay que saber cuándo bajar. En esto también tuve ayuda. El soporte de otros, saber ponerse en manos de las personas que te quieren, es imprescindible.

Unos días más y habría tratado de ingresar en alguna orden religiosa y retirarme a la vida contemplativa (léase con ligereza). Lo mundano llegó a resultarme demasiado ajeno, demasiado Matrix. No es el momento. Me encanta mi trabajo, me encanta estar con las personas que quiero. Y conocer y querer a quien aparece en mi vida. Me gusta el camino que estoy recorriendo. Retirarme no entra por ahora en mis planes.

«Lo siento, perdóname, gracias, te amo». Estas palabras ahora tienen un significado para mi. Han pasado por mi cuerpo. Han surgido de manera espontánea. Todo ha de pasar por mi cuerpo y espero no dejar de escucharle nunca. Mi cuerpo es mi conexión con la Tierra y se lo debo a ella. Escuchar al propio cuerpo, y así ser más consciente, es como reciclar la basura. Es necesario para la Tierra y para todos los que en ella vivimos. Cada uno de nosotros es responsable. Cada uno de nosotros es importante y ha de amarse.

Magia

El niño pidió un juego de magia a los Reyes Magos. Los Reyes Magos se lo trajeron. Qué tristeza al abrirlo y descubrir un libro de trucos. La magia no existe. Todo es mentira.

Los Magos viven la magia. Algunos son muy generosos. Podrían quedarse ahí, disfrutando de ella. Pero deciden compartirla, intentan transmitirla. Con buena intención y el mayor de los esfuerzos, escriben su libro de trucos. Frases y estilos de vida que nos llevarán a la tierra prometida.

Y ahí estamos los demás, siguiendo instrucciones, cada vez más ciegos y más sordos, desengaño tras desengaño. La magia no existe. Todo es mentira.

Siempre se nos olvida que somos hijos de los Reyes Magos.

 

Out of control: aceptación y confianza

¿Me convertiré en una persona fría si medito?

Recuerdo que hace años, cuando comenzaba a interesarme por la meditación, sentía un gran rechazo hacia la idea de perder la capacidad de sentir. Normalmente las personas que nos acercamos a la meditación (en el mundo occidental) lo hacemos porque no nos queda más remedio. Por entonces, necesitaba algo que me ayudara a dejar de sentir dolor. De ahí venía la confusión. Pensaba que madurar, crecer, estar bien… pasaba por saber controlar/me y que la meditación sería una buena herramienta. Sin duda, lo es, aunque no en la manera que pensaba. Aceptación y confianza no entraban en mis planes.

Los budistas (y las personas que meditan en general, a partir de ahora «budistas» aunque no todas lo sean), sienten.

Sienten con todo su corazón, con todo el alma, a tope y como cualquier hijo de vecino.
Hay numerosos cuentos budistas sobre discípulos que se sorprenden al ver a su maestro llorar desconsoladamente. El buen humor y la risa fácil de los maestros son conocidos por todos. Pero, ¿las lágrimas? ¿No están iluminados los maestros? ¿No pertenece el llanto a la oscuridad? Sí y no, respectivamente. La respuesta del maestro ante la estupefacción de sus discípulos suele ser algo así como: «¿Estáis tontos? Siento alegría: río. Siento tristeza: lloro.»

Oh, sí, los budistas sienten.

Oh, sí, los budistas sienten. (Y no ha venido John el Rojo a visitarme)

Vaya chasco, carrasco. ¡Yo que creía que meditando mis males desaparecerían y la vida sería una continua sonrisa controlada! Va a ser que no.

El truco secreto: aceptar y confiar

Out of control

Ok, no voy a dejar de sentir. Ahora, ¿a cuento de qué viene este vídeo tan chungo?
Viene muy al caso. La meditación es una cosa muy loca que rompe nuestros esquemas y nos hace libres (algo realmente peligroso, ¿verdad?).
La meditación va directa a nuestro punto débil, al origen de todas nuestras desgracias: la necesidad de control. 

No quiero que las cosas sean así. Rechazo, exijo, me aferro. Cojo la vida y la manipulo para que sea lo que yo quiero que sea. Y si no encaja en mis planes, si no cumple mis expectativas, si las cosas no son como deberían ser, me tiro al suelo y pataleo (a veces metafóricamente, otras como un niño en un supermercado). Soy la desgracia personificada. ¡Quiero el control sobre mi y sobre mi vida! Lo he hecho todo para que sea así y es lo que me merezco.

Aceptando lo que es. ¿Resignación?

Llegas a la meditación y alguien te dice: párate a mirar lo que es. Deja a un lado lo que quieres que sea. Mira lo que es. Respira y observa. Y tú respondes: «Ya he mirado y es un mierda. Yo no quiero esto.»
Sigue respirando, sigue mirando. Acepta lo que es. Ríe, llora, enfádate, desespérate, salta, escóndete debajo de la manta, sube a la montaña… Siente, siéntelo todo. No va a dejar de ser como es porque tú quieras. Así que siente, respira, acepta y ahora, ríndete.

Y te sientes tan mal, necesitas tanto un cambio, que aceptas. Pero normalmente es mentira. Lo que haces es apretar los dientes y seguir adelante. Te conviertes en un guerrero que perdió la batalla pero quiere conservar la dignidad. O en una pobre víctima de gran corazón que se ha rendido ante una vida cruel. Sonríes porque no queda otra, porque es lo que hay que hacer.

Confianza: and I’m feeling good.

Te sientas a respirar y a sentir tu tristeza en el alma, tu pequeña frustración, tu vanidad, tu satisfacción… lo que toque. Hay días en que ocurren cosas, otros que no, pero siempre, al cabo de un tiempo, se han producido cambios. Lo bueno de la meditación, cuando se convierte en costumbre, es que enseña a pesar tuyo. 

Ahí estás, sintiendo y abandonando las ganas de controlar. Es como estar en una habitación que no te gusta para nada. Pero es donde te ha tocado estar. Así que te sientas a mirar qué hay en ella. Ese cuadro tan feo, ese gotelé maldito, la ventana estrecha por la que apenas entra luz… Cuando llevas ya un tiempo, descubres unos lápices en un cajón. Nunca te había interesado demasiado y considerabas que se te daba mal, pero te pones a dibujar. Cambias la disposición de la mesa, sacudes los cojines… Vaya, lo mismo no se está tan mal aquí.  ¿Dónde? ¿Qué ha pasado con las cuatro paredes?

(La habitación no tiene por qué ser una circunstancia sino un sentimiento…)

Así ocurre una y otra vez. Encuentras habitaciones preciosas que se convierten en la casa del terror. Otras feas desde el minuto uno. Algunas en las que te quedarías toda la vida, también se esfuman. Un poco de todo. En cada una, al respirar y sentir, encuentras algo de valor. Sientes igualmente, a tope, sin límites. Pero le vas cogiendo el truco a la aceptación y se va transformando en otra cosa. Comienza a haber una sonrisa constante en tu corazón: la confianza.

CONTROL-ACEPTACIÓN-CONFIANZA

La confianza deja de consistir en que la vida, o el otro, no te falle. Confías porque nadie ni nada va a fallar. Simplemente, será.

(Letra completa)

 

 

alicia en el país de las maravillas

¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?

A veces me quedo atascada en un por qué.

Una acción de otra persona, o mía propia, me puede dejar días pensando en bucle: por qué por qué por qué. Como una canción pegadiza.

A pesar de mis esfuerzos por no suponer, la necesidad de saber qué ha habido detrás, me puede. Y por experiencia diré que un ¿por qué?, no suele llevar a ninguna parte. Bloqueo total.

Dándole vueltas a este «por qué» incesante, de pronto me he visto como «Alicia en el País de las Maravillas».

Igual que Alicia, buscando respuestas sensatas en un mundo de locos. He preguntado al oráculo sobre esto. Me ha respondido con un artículo que me ha dado la solución perfecta, poniendo como ejemplo la conversación de Alicia con el gato. Esto sí que es una maravilla.

Prueba a preguntarte más a menudo “¿cómo?” o “¿para qué?” en vez de “¿por qué?” y hallarás respuestas más útiles, te conocerás mejor y tomarás mejores decisiones. El por qué nos lleva hacia el razonamiento lógico, a hablarnos desde la mente consciente, lógica, estructurada y eso nos impide ver nuestra situación de manera global, teniendo en cuenta todas las variables. El ser humano tiende a dar razones lógicas a decisiones y acciones que toma desde el inconsciente, desde las emociones. Por ello siempre será más útil saber “cómo” que “por qué”.
(Fuente, de la que no me responsabilizo en absoluto: http://www.boycehypnosis.com/Alicia_gatoCheshire.aspx)

Pero, ¿cuál es la auténtica diferencia entre por qué y para qué?

El “por qué” satisface tu mente. El “para qué” llena tu corazón.
El por qué se refiere a la justificación, la razón. Apunta al pasado.
Mientras que el para qué apunta al futuro y despierta la creación de significados.
(Fuente, de la que no me responsabilizo en absoluto: http://pasionenaccion.com/la_diferencia_e)

El «para qué» es un impulso que, bien complementado por un «cómo», nos pone en marcha. Preguntarse «para qué» y «cómo» siempre nos llevará a mejor puerto que un «por qué».

¡Suerte de Google y de todas las personas que comparten sus descubrimientos!
(Ilustración de Alicia en el País de las Maravillas, original de Sir John Tenniel)

Una manera efectiva de estar en el presente (o soltar la patata caliente)

Todos estos textos sobre ser positivo, estar en contacto con la naturaleza, perdonar, dar las gracias, amar… está muy bien. Es estupendo. Muy bonito todo. Pero cuando estás jodido, estás jodido y que no te vengan con historias. Encima te sientes culpable por no ser capaz de cambiar el enfoque.

Siempre es mucho mejor la acción. Hay algo que a mi me está funcionando muy bien últimamente. Es muy efectivo.
Primero ofrezco la explicación que me dieron en su momento:
Se trata de una meditación para equilibrar nuestros canales energéticos:

  • El canal del lado izquierdo del cuerpo es el del pasado, el de las falsas creencias, los bloqueos respecto a las decisiones tomadas y lo ya vivido, el de las emociones no digeridas, los sentimientos no asimilados… Y por pasado se entiende todo lo ocurrido hasta el momento de sentarse a hacer esta meditación. Hasta la última frase que hayas escuchado, la última emoción sentida un segundo atrás.
  • El canal del lado derecho del cuerpo es el del futuro, el de los proyectos por realizar, el de las fantasías futuras, el de los planes, el del control del qué pasará, el del miedo a que lo que sea no sea como yo quiero…
  • El canal central es el bueno bueno. Es el del presente. Lugar en el que deberíamos mantenernos a cada instante. Bien centraditos.

Pues bien, tenemos estos tres canales. Puedes imaginarlos recorriendo tu cuerpo de abajo a arriba, desde los genitales hasta la coronilla. Dejo aquí una imagen que ayudará a visualizar el tema en la meditación.

Si conseguimos equilibrar estos tres canales, estaremos mucho más felices. Garantizado.
Sí, sé que me estoy alargando y que hay que pasar a la acción, pero sigue adelante, que ya llega lo bueno.

Para mi, se trata de quitarme de la espalda la eterna mochila que llevo (o llevaba porque esto es muy efectivo) a cuestas con mi pasado y de lanzar al viento todas las ideas de futuro que me vienen y que hacen que no esté presente en el presente, perdiéndome.

¿Cómo hacemos para liberarnos? Fácil.

Conseguimos un estado de quietud.
Nos sentamos en un lugar tranquilo y cómodo. Puede ser en una silla o en el suelo. La espalda recta. Los hombros haciendo que el pecho esté abierto. Los pies en la tierra, la coronilla como si quisiera tocar el cielo, la barbilla un poquito hacia el esternón. Actitud relajada pero atenta y abierta: apertura y claridad (es bueno quedarse con estas dos palabras). Los ojos pueden estar cerrados o con mirada relajada. Las manos sobre los muslos.
Respiramos normalmente y simplemente ponemos atención en nuestra respiración. Nos fijamos en cómo el aire entra y sale sin que sea necesario que hagamos nada. Notamos el aire que entra y sale por nuestras fosas nasales.

Dejamos todo nuestro pasado hasta el momento presente en la Tierra.
Cuando ya hemos entrado un poquito en un estado de quietud, colocamos la mano derecha en el suelo, o en el reposabrazos de la silla, o en el asiento… Se trata de conseguir una toma a tierra. Mantenemos la mano izquierda sobre el muslo, con la palma mirando hacia arriba. Como en la imagen:

 

Le pedimos a la Tierra que recoja todas nuestras experiencias pasadas y que desbloquee nuestro canal izquierdo, nuestro canal del pasado. Para mi, esto es como quitarme una enorme mochila en la que llevo almacenado todo: alegrías, tristezas, éxitos, bloqueos, miedos, creencias… Todo lo que he ido aprendiendo y acumulando hasta el momento presente. Es todo lo que he digerido, mejor o peor, y deja de ser mío. A partir de ese momento todo esto pertenece a la Tierra. Es como cuando abonamos la tierra en el campo. Lo hemos digerido y lo expulsamos. Ya no nos pertenece y será la tierra quien se encargará de ello a partir de ahora. Y no solo eso, tenemos la confianza que algo bueno hará con ello. Si es capaz de convertir el excremento de caballo en maravillosas flores, por mucha mierda que le echemos, bien estará.
Estamos así un ratito, el que consideremos, enviando a través de la mano derecha toda esa información a la tierra. Si hay algo que nos preocupa especialmente del pasado, podemos confiárselo con todo el cariño. Y entonces le damos las gracias y pasamos al otro lado.

Dejamos todo nuestro futuro en manos del Éter.
Volvemos a colocar la mano derecha sobre el muslo, con la palma hacia arriba y ahora levantamos la mano izquierda como muestra la imagen.

Le pedimos al aire que nos rodea, al Éter, que se lleve nuestro exceso de pensamientos. Dejamos toda nuestra carga futura en él. Nuestros planes, nuestro control de las situaciones… Lo dejamos todo a ese fluido que nos envuelve, lo dejamos todo en el aire. Confiando en que volverá lo que tenga que volver, que se transformará en lo que se tenga que transformar, y, sobre todo, sabiendo que estando en el presente, tomaremos las mejores decisiones. Podremos ver oportunidades en las que jamás habíamos pensado. Tendremos claridad.
Es como si nuestra mano izquierda fuera una antena emisora a través de la cual nos vamos desprendiendo de todos nuestros pensamientos sobre el futuro.
De nuevo, agradecemos al éter que recoja toda esta información.

Ahora estamos ligeros de carga. Lo que nos ocurre, ocurre en la Tierra y estos hechos le pertenecen a ella. Dejemos de ser tan protagonistas de nuestra propia historia. O por lo menos vivámosla momento a momento, dejando el pasado y el futuro donde pertenecen.

Terminamos con las dos manos sobre los muslos, dando gracias  y dándonos gracias por habernos dado ese momento. (Es de bien nacidos ser agradecidos y es un gustazo poder soltarlo todo y que la madre tierra y el éter queden al cargo)