Esta entrada en el blog de La mano que piensa es posiblemente la más personal que haya escrito nunca. No negaré que tengo mis dudas en publicarla (ay, el miedo). No utilizo un sobrenombre en este blog. Lo decidí en su día y no quiero que deje de ser así. Trabajo como analista y programadora en Internet y tal vez hayas llegado hasta aquí como cliente o posible cliente. Este es mi blog personal y en él me expreso de determinada manera, pero no es la única en mi vida. Si quieres saber profesionalmente de mi: margotmatesanz.com
Si decides seguir leyendo, te doy la bienvenida.
Amanecer en Montserrat
Ho’oponopono: Lo siento, perdóname, gracias, te amo.
Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Lo siento, perdóname, gracias, te amo.
Esta técnica, llamada Ho’oponopono, viene de los antiguos chamanes de Hawaii. Se puede repetir mil veces como un mantra. Pero no llega la magia.
Hay palabras que hay que masticar, tragar y digerir.
«Lo siento»
«Perdóname»
«Gracias»
«Te amo»
Y aún así, solo se vislumbra…
Solo el cuerpo, solo vivirlo, puede traer luz. Por lo menos en mi caso. Y entonces hay palabras que cobran otro significado. Tal es el caso de «lo siento». Practicando esta técnica, repetía estas palabras como «I’m sorry». En mi propia experiencia, sin centrarme a propósito en Ho’oponopono, pasó a ser «I feel it».
Este es el viaje que hice a través de «lo siento, perdóname, gracias, te amo», sin saber que estaba viviendo Ho’oponopono, a mi manera. Simplemente surgió.
Lo siento
Estos últimos días, y de manera muy concentrada en la segunda semana de enero, me he permitido sentir a fondo, tal y como explica Osho en el primer artículo que compartí en «La mano que piensa»: Derriba la gran muralla china. No ha sido un experimento sino una necesidad imperiosa debido a una situación personal. Ahora escribo tranquila. Entonces solo había una frase en mi cabeza que se repetía de manera febril: quiero estar sola, necesito sentir.
En soledad, sostenida por otros
Para ello ha sido necesario que me retirara. Sentir de esta manera en presencia de otros, no suele ser posible ya que puede asustar. De hecho, uno mismo siente mucho miedo y ha de seguir adelante a pesar de ello, o precisamente por ello. Al escribir me releo y me veo demasiado segura. Esos días no fueron así, para nada. Me resistí mil veces a sentir. Me resistí mil veces a estar sola. Tuve suerte de seguir adelante gracias al apoyo de personas que supieron hacer lo que tenían que hacer: no venir a verme, hablar conmigo lo justo, darme el soporte justo. Personas que tienen su propio camino, que buscan y encuentran de manera diferente a mi. Todos los caminos son igual de válidos. Estuvieron acertadas. Es una gran suerte.
Seguramente la mejor manera de permitirse sentir a fondo sería en grupo y con alguna persona que te sostenga. A veces da la sensación de que te vas de este mundo. La realidad se difumina. Esto me recuerda a alguna historia que me han contado sobre los grupos que se retiran a experimentar con peyote u otra droga. Siempre hay una o varias personas que no lo toman, para poder sostener al resto.
Este momento, de la película Moonlight, es uno de los más bellos que he visto en el cine. No sentirse solo, dejarse ayudar, para enfrentarse a los miedos. Siempre habrá alguien, normalmente inesperado, que te sostendrá.
Sentirlo todo es sentirlo toooodo. Y sentir el cuerpo es sentir toooodo el cuerpo.
Sentir. Permitirse y saber sentir. Escuchar mi cuerpo. Dejar a mi corazón que hable. Mi corazón es libre, me decía hace tiempo en otro de los artículos de este blog. Para dejar el corazón libre, si es que lo he conseguido, primero he tenido que escuchar a todo mi cuerpo. A cada una de mis células. Prestarles atención. Porque solo le daba permiso a mi corazón hasta cierto punto, porque seguía queriendo tener el control, seguir engañándome a mi misma. Cuando recién empiezas a tener herramientas para vivir de forma consciente, el engaño es más sutil. Es más difícil pillarse a uno mismo. No queda otra más que emplearse a fondo, escuchando todo el cuerpo.
Entonces surgen otros puntos de energía que reclaman su poder. Hay que escuchar al corazón, sí. Suena precioso, romántico. Está muy bien visto en sociedad. Ahora bien, no nos olvidemos del coño (primer chakra, el del instinto y las raíces). Eso no está tan bien visto. Eso cuesta un poquito más. Y así, una por una, todas las partes del cuerpo donde, siempre ocurre, hay un chakra, hay poder e información. Repetiré (y me cuesta): nunca nos olvidemos del coño.
Perdóname
Al sentir todo mi cuerpo, me doy cuenta de las alteraciones. Me está gritando. Lleva tiempo gritándome. Yo sorda, mirando hacia otro lado o regañándole porque no se calla.
Una vez que escucho, solo puedo decirle: perdóname. Perdóname por no haberlo hecho antes. Perdóname por tener tanto ruido en la cabeza que te estoy causando este mal. Perdóname por hacerte esto. Perdóname por tener miedo. El miedo, no el odio, es lo contrario al amor.
«Lo siento». Y al sentir, «¿cómo es posible que haya estado y esté haciéndome esto?». Entonces «perdóname», surgió espontáneo.
Gracias
Sentir y respirar. Fijar la atención en la respiración. Pase lo que pase, esté donde esté, seguiré respirando. Tranquila, estás respirando. Escucha tu respiración. Escucha a tu cuerpo y escucha tu respiración. La respiración: esa constante absoluta en la vida. La vida. Confía.
El cuerpo se relaja. Ya está siendo escuchado, ya se le está pidiendo perdón. Entra en la quietud de la mano de la respiración. «Gracias». Gracias me dice el cuerpo y gracias le digo yo. Así ola tras ola. Porque esto no es un único ciclo. Esto se va repitiendo. Cada vez vuelvo a caer, a querer que otro me solucione el problema, a buscar respuesta fuera de mi. Pero no queda otra: cada vez que llega una nueva ola he de escucharme, permitir que ocurra (fuera de control), respirar, pedir perdón y recibir y dar las gracias. Las veces que sea necesario. Tomarlo por costumbre y no cansarme.
Te amo
«No te canses de amar», escribí recientemente como nota en un libro, regalo para mi hermano. «No te canses de amar(te)», tal vez habría sido más acertado. Después de varias olas, al agradecimiento se une el amor.
«Te amo». «Me amo». Suena a tabú en mis oídos. Suena altivo. Pero la realidad es otra. Suena tabú, suena altivo, debido a mi propia mochila. A las creencias heredadas. «Te amo» es, en realidad, humilde y compasivo.
Bajando de la montaña
Todo esto lo viví en Montserrat. Alquilé allí un apartamento, en las celdas del abat Marcet. La montaña no dejó de hablar un solo instante. Fue la gran maestra.
Inicialmente pensaba estar allí 10 días, pero tuve que bajar de la montaña antes. Finalmente fue una semana que pareció durar 10 años.
Como en Interstellar, había aterrizado en un planeta donde el tiempo no correspondía con el terrestre. Cinco minutos parecían allí dos meses. Hay que saber volver.
Cuando sentí que ya había recogido la información, cuando sentí que había más luz, supe que era el momento de bajar. Igual que hay que saber cuándo subir, hay que saber cuándo bajar. En esto también tuve ayuda. El soporte de otros, saber ponerse en manos de las personas que te quieren, es imprescindible.
Unos días más y habría tratado de ingresar en alguna orden religiosa y retirarme a la vida contemplativa (léase con ligereza). Lo mundano llegó a resultarme demasiado ajeno, demasiado Matrix. No es el momento. Me encanta mi trabajo, me encanta estar con las personas que quiero. Y conocer y querer a quien aparece en mi vida. Me gusta el camino que estoy recorriendo. Retirarme no entra por ahora en mis planes.
«Lo siento, perdóname, gracias, te amo». Estas palabras ahora tienen un significado para mi. Han pasado por mi cuerpo. Han surgido de manera espontánea. Todo ha de pasar por mi cuerpo y espero no dejar de escucharle nunca. Mi cuerpo es mi conexión con la Tierra y se lo debo a ella. Escuchar al propio cuerpo, y así ser más consciente, es como reciclar la basura. Es necesario para la Tierra y para todos los que en ella vivimos. Cada uno de nosotros es responsable. Cada uno de nosotros es importante y ha de amarse.