El blog de la mano que piensa

Juego de palabras

Juego de palabras (Photo by Ella Jardim on Unsplash)

La palabra como hechizo

Una de mis sobrinas tiene terrores nocturnos. Tiene miedo a dormirse porque no quiere tener pesadillas. Se me ocurrió que estaría bien regalarle, o construir con ella, un atrapasueños. Primero se lo comenté a su madre y me sorprendió su respuesta: si le dices que el atrapasueños hará que deje de tener pesadillas y sigue teniéndolas, lo pasará aún peor.

Ese es el carácter mágico de las palabras. Nos las creemos a pies juntillas. Sobre todo cuando somos niños. De ahí que sea necesario utilizar las palabras de manera correcta. Producen hechizos.

No esperar nada (blablabla)

Con el paso del tiempo vemos que las cosas no son así. Que alguien nos diga algo no quiere decir que sea verdad. Suena a perogrullada, pero ahí estamos todos, sintiendo que se nos debe algo por una palabra.

Cuando empecé a trabajar como autónoma, me molestaba mucho que un posible cliente contestara a uno de mis presupuestos con un «lo miramos y te decimos algo» y no lo hiciera. Dime que no te interesa, que no tienes presupuesto, que has encontrado a otra persona… Me parecía fatal.

A día de hoy no espero absolutamente nada. Si es un sí, me alegraré en su momento. Si no responden, también estará bien. Es totalmente respetable. No me deben nada.

¿Supone esto perder la ilusión? ¿Es malo perder la ilusión? Si es a cambio de vivir con alegría, no.

Promesas incumplidas

Sin embargo, en otros ámbitos de mi vida, las palabras siguen siendo para mi promesas. Y las promesas siguen siendo algo que hay que cumplir, sí o sí.

¿Quiero que realmente sea así? ¿Se trata de una de mis creencias heredadas? Mi empeño en que se cumplan las promesas supone una gran responsabilidad. Como siempre, es más fácil ver qué le haces al otro con una de tus creencias, que a ti mismo. Una vez que siento a qué estoy obligando al otro, veo que también lo hago conmigo misma.

«Cumple con tu palabra.»
Demasiada exigencia.

¿Han de ser mis palabras contratos ineludibles?

Al revisar una creencia como esta de «cumplir con la palabra» no es necesario irse al extremo opuesto. Suele ser una reacción habitual: a partir de ahora voy a decir lo que me plazca y si los demás se lo toman al pie de la letra, peor para ellos. Si cambio de opinión, cambio de opinión.

Para mi, una vez hecha la reflexión, no deja de ser importante ser una persona de palabra. Pero hasta cierto punto. En el terreno emocional y sentimental, obligarse a ser coherente con algo dicho en un momento dado puede hacer que nos volvamos demasiado prudentes, siempre callando, y acabemos construyéndonos un caparazón. O bien puede llevarnos a una vida de sacrificios para poder cumplir con una palabra que fue cierta en su momento, pero ya no lo es.

La palabra se convierte en todo caso en un propósito, no en una promesa. 

Una vez más y otra y otra: vivir el presente

Todo esto se hace mucho más fácil viviendo el aquí y el ahora. Recibiendo y dando palabras con fecha de caducidad en el presente. ¿Dejan de tener validez? ¿Necesito estabilidad en el tiempo? ¿Saber qué va a pasar? Ok, seguiré meditando

(Foto «Atrapasueños» gracias Ella Jardim on Unsplash)