Una habitación tranquila, luz tenue.
Una esterilla, una manta o una alfombra donde tumbarme.
Postura de savasana.
Respiro tranquilamente.
Noto cómo el aire entra y sale de mi cuerpo. Sin modificar la respiración.
Noto el peso de mi cuerpo.
La tierra lo sujeta.
No hay ningún sitio al que ir. Nadie a quien complacer. Nada que esperar.
Me abandono.
La respiración se produce por si misma. No hace falta que haga nada.
Todo ocurre por sí solo y la tierra siempre me sostiene.
Con cada espiración mi cuerpo se relaja más y noto su peso, que ya no sostengo yo sino la tierra.
Siempre estará ahí para recogerme. No me hace falta nada.
Me mantengo consciente. Relajado y consciente de mi cuerpo.
Para salir, hago unas cuantas respiraciones profundas. Comienzo a mover los dedos de los pies y de las manos suavemente. Me muevo como me pida el cuerpo, estirándome, bostezando…
Y me doy gracias por haberme permitido este momento.