Si el «no» puede llegar a ser un juego cuando se es niño, al llegar a adultos se puede convertir en un infierno.
El «no» marca el límite de nuestras expectativas. Teníamos delante nuestro un campo inmenso en el que nos veíamos correteando, brincando y riendo bajo el sol y de pronto aparece un muro gris que nos impide seguir adelante.
Dependiendo de lo que hayamos aprendido a lo largo de la vida, un «no» nos hará reaccionar con enfado, tristeza… o con aceptación. Esto sería lo ideal. Aceptar el «no» y seguir adelante. Tal vez haya una pequeña puerta en el muro. Tal vez, si conseguimos ampliar nuestra visión, si no nos empeñamos en llegar al otro lado de ese muro, descubramos otro campo en el que seguir jugando.
Generalmente nos enseñan que debemos fijarnos objetivos y caminar hacia ellos sin distraernos. Poner todo de nuestra parte para que lo que nos hemos propuesto se cumpla. Pasar por encima de todo con tal de llegar a nuestra meta. No apartar la mirada de ella porque si no la alcanzamos, no podremos sentirnos realizados. Nos lo venden como el poder de las personas voluntariosas, fuertes y exitosas. En realidad nos convertimos en seres obcecados para los que muchas veces un «no» supone un gran fracaso. La desgracia del «no». A la que se une la tortura de las suposiciones. ¿Por qué me han dicho que no? ¿Es algo personal? Al fin y al cabo, me han dicho a MI que no… Han tirado mi trabajo a la basura. Han rechazado mi propuesta. Ay, la importancia personal… Y además, ¡he perdido el tiempo!
¿Qué ocurre en mi cuando recibo un «no» por respuesta? ¿Cómo reacciona mi cuerpo? ¿Cómo respiro? ¿Cómo me muevo? ¿Qué me digo? Obsérvate.
¿Qué me han enseñado y qué aprendido sobre el «no»? ¿Quiero que siga siendo así? ¿Quiero mantener mis creencias actuales respecto al «no»?
Yo voto por la mirada amplia, periférica. Por caminar hacia un lugar y saber cambiar de rumbo cuando es conveniente. Por mirar hacia una meta por puro placer, sin perderme el paisaje del camino. Tal vez cambie de idea. Tal vez se presente algo aún más bonito. Tal vez un «no» me abra los ojos. (¿Se puede vivir con esta inseguridad?)
Hay muchas prácticas de movimiento para aprender sobre el «no». El cuerpo es un gran maestro. Si en una sala hay 10 personas, cada una de las cuales camina hacia un punto determinado, su propia meta, con firmeza, sin apartarse de su rumbo, ¿qué ocurre si dos se colisionan? ¿Qué hago yo? ¿Me aparto de mi destino? ¿Empujo al otro? ¿Qué ocurre si me empujan a mi? ¿Cómo me siento si alguien me impide el paso? ¿Y si estoy bailando con alguien y de pronto se marcha? ¿Y si estoy bailando y alguien trata de modificar mis movimientos? Son diferentes formas de, entre otras cosas, decir no y aprender qué ocurre en mi cuando lo recibo.