Adoro a mi gata. Vivimos juntas desde hace 13 años. Y desde el minuto 1 se convirtió en una parte esencial de mi vida.
«La meva gata és esquerpa»
Después de unos años viviendo en Cataluña, la perfecta definición de mi gato me sale en catalán: esquerpa. Rebusco en mi cerebro madrileño para dar con las palabras adecuadas: «Mi gato es arisco». A veces pienso que es su fisionomía. Tiene cara de cabreo. Otras me pregunto qué le habrá podido pasar para tener este carácter.
Aunque echo de menos tener un gato cariñoso, la mayor parte del tiempo paso bastante del tema. La achucho a pesar de sus quejas. Disfruto viendo que está allí donde estoy. No sé cómo lo hace. Siempre a unos metros de distancia, pero siempre conmigo.
Vivir con Coco, así se llama, me ha hecho ver que este amor incondicional se extiende a algunos de mis amigos y familiares humanos. ¿Qué más da si no soy correspondida como me gustaría? ¿Qué más me da si tienen mal gesto? ¿He de responder igual que ellos cuando no es lo que sale de mí?
No tienes nada que hacer. Vas a ser cubierto de azúcar.
Cuando abrazo a alguien rígido, cuando digo algo bonito sobre una persona y esta pasa a otra cosa rápidamente, cuando hay un inexplicable ceño fruncido que solo provoca risa, me gusta pensar: «No tienes nada que hacer. Vas a ser cubierto de azúcar.»
Tal vez me es fácil porque he pasado muchos años al otro lado. Me costaba (y aún puede ocurrirme) recibir achuchones. Sé que no se trata del otro sino de uno mismo. Que cada cual haga lo que corresponda. Yo seguiré aplastando a besos a Coco y ella podrá continuar pensando que es un feroz tigre salvaje.